Una historia real, escrita a mi manera.

Yendo en uno de los vagones del Metro de Santo Domingo; presencié una escena que habla mucho de la educación del hogar que tanto se menciona en estos días. Iba una señora, de algunos 30-40 años, quizás más cerca de los 30 que de los 40 si juzgamos por varios aspectos que portaba, pero el caso es; transitaba acompañada de sus dos vástagos, de unos 8 y 2 años; la mayor discutía con ella sobre algo que no pude percibir, esta, la madre, le reclamaba tambaleándola y vociferándole: “usted y yo no somos iguales, quédese ahí”, con tal expresión y actitud, como si aquella niña de tez clara y pelo cobrizo, fuera su par en cuanto a tamaño, edad, experiencias y demás. Al berrinche de la niña, se sumó el llamado de atención del más pequeño, quién sin saber discernir, también gritó reclamando atención; lo cual, al parecer, detonó la ira del señor que viajaba sentado a su lado, este “caballero”, con aspecto de unos 70 y algo de años, con ambas manos amputadas, espetó sin reparo: “déjalo, que esos son...